de Anajoy Arroyo, el miércoles, 20 de abril de 2011 a las 21:37
Mi niñez pudo ser para muchos la infancia perfecta, en cambio bajo mis observaciones críticas de la perfección tenía fallas inaceptables. Mis padres se separaron siendo yo apenas una bebé, y de ahí en adelante mi madre asumió su rol con valentía; debo admitir que admiro su coraje. Desde mi punto de vista ahí estaba el primer error, pues fuí capturada por las series televisivas de los años 90’ que promovían la unidad familiar como base de toda buena crianza. Series como: Full House, Family Matters y Step by Step fueron el modelo perfecto a seguir.
No solo me hice dependiente de soñar para vivir, sino que hice del vivir parte del soñar. Comencé por auto educarme para la perfección, no sabiendo que: “la perfección es imperfecta, según los ojos que la miren” . Ya no sabía jugar como todas las niñas, mis muñecas solo abandonaban su caja de empaque por unas cuantas horas, apenas terminaba mis juegos cotidianos volvían a ser amarradas en la exacta posición en que se me fue entregada, pareciendo mi closet un estante de cualquier tienda por departamentos. Mis perfumes, mis cremas, cualquier mínima cosa que estuviera sobre el gavetero debía ser medida y posicionada a la perfección; siempre una pulgada de por medio. Mi ropa parecía ser una pared de la tienda Benetton que se dividía por mangas, color y estilo. Y mejor no entro en detalles con la limpieza de mi cuarto, solo me basta con decirles que por un tiempo trapeaba todos los días y no permitía a nadie entrar con zapatos a mi aposento.
Me volví egoísta al punto de pensar que ningún lazo de sangre me unía a mi familia, siempre soñé que mis verdaderos padres vendrían a mi rescate. No podía compartir mi espacio con nadie, pues mi habitación era un refugio íntimo tan lleno de anhelos como el “Anexo Secreto” de El diario de Ana Frank. En esa guarida nacieron cientos de canciones de mi autoría, escribí montones de cartas, colgué mis medallas de honor con orgullo y almidone mis almohadas con lágrimas.
Llegue a niveles extremos de egocentrismo al punto que no me importaba la comodidad de los demás. Mi casa materna tiene tres alcobas, en su momento nos dividimos de la siguiente forma para darle espacio a mi tío que llegaba de Estados Unidos, mi madre y hermanita en la principal, mi abuela y yo en la segunda, y la tercera para mi tío; en un arranque libertad tras las constantes discusiones con mi abuela decidí mudar a mi tío de habitación sin la mínima consideración, al llegar quedó perplejo viendo que su habitación ya no era suya y que todas sus posesiones se encontraban organizadas junto con las de su madre en el cuarto adjunto; me pregunto ¿Dónde estaban los adultos? Si hubiese sido Abel Alejandro que intenta tal hazaña y los vecinos tendrían que intervenir para que no lo mate.
Crecí mutilando minutos con mi régimen estricto de sincronización, llegando a tener hasta cuatro actividades extracurriculares y un trabajo de medio tiempo. A veces la presión que yo misma imponía era tan fuerte que lloraba mientras cantaba el himno nacional en la escuela, pues ni en un momento tan sublime mi mente reposaba. Y debía sumarle a todo esto querer ser el paquete completo, la chica bella e inteligente de la escuela, combinación de personalidad extrovertida con ratón de biblioteca.
Planee y planee tanto que todo me salió al revés, quise mudarme con mi mejor amiga al finalizar de la secundaria, para ser independientes y poder conocer el mundo sin las restricciones de sus padres; resulta que me case sin ni siquiera graduarme de bachiller y me mude casi al año tras una lamentable disputa familiar. Pensé que antes de los 25 estaría en grandes escenarios entregando mis canciones a millones de fans; ya deben de darse cuenta que tengo 23 y el único que adora mis canciones es mi hijo de 9 meses, pues solo a él me atrevo a cantarle. Imagine un romance de película donde conocía un gemelo idéntico de mi alma; en cambio aprendí que el amor es un sentimiento indetectable que solo el pasar de los años lo identifica. Sigo pensando que: “El amor es único, eterno y mutuo”, y hasta el día de hoy solo mi hijo hace arder esa llama en mí.
Actualmente soy una muestra de que querer controlar termina por descontrolarte. Soy un cerebro brillante que se desperdicia tras un escritorio de recepción. Una mente soñadora que aun no sabe dormir sin una nueva invención. Un corazón gigantesco que almacena tantas almas malagradecidas. Un cuerpo que camina repartiendo sonrisas para que ocultar los malabares que hace mi estado de ánimo.
Como decía mi hermana de otras épocas Ana Frank “El papel es mas paciente” por eso escribo
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